10 de mayo de 2019

Me trasladé a santiagollach.com





























15 de enero de 2018

Talleres de escritura 2018

Los talleres de escritura son una experiencia de estímulo y trabajo en relación con la escritura. Son reuniones semanales o quincenales, en grupos de entre 5 y 10 personas. La base de trabajo son los textos que cada uno trae desde su casa y que se leen durante la reunión. Yo propongo consignas y lecturas para ayudar a producirlos, y la idea es ayudar a encontrar tema, tono y género a través de los comentarios grupales.
Parte de la gracia es la disposición para leer y escuchar a los otros. El taller incentiva a generar un hábito de escritura diaria o casi diaria. El mejor terreno de entrenamiento al principio es el que uno conoce: los temas que domina, incluyendo en especial lo autobiográfico.

Por informes e inscripción, escribir a santiagollach.taller@gmail.com


Taller de lectura: Borges, una introducción

Leeremos una selección de los cuentos y poemas de Borges. El taller ofrece una mirada de conjunto sobre su obra y sobre la visión del mundo y de la literatura que se desprende de ella.

Por informes e inscripción, escribir a cursosytalleres@eternacadencia.com.ar



Taller de lectura: literatura contemporánea y del siglo XX


Leeremos cuatro libros de literatura seria, que en su mayoría incluyen reflexiones sobre la literatura y están en el límite entre la ficción y lo autobiográfico. Salvo Yates, que sigue la línea más tradicional del cuento estadounidense.

Para informes e inscripción, escribir a santiagollach.taller@gmail.com

2 de marzo de 2017

La reinvención de lo humano

La ampliación del rango sonoro de esos años de los Beatles es la de un grupo de seres humanos abriéndose a nuevas capas de conciencia, es la humanidad en expansión. Algo nuevo estaba naciendo, y todavía lo festejamos.


En Brando de febrero escribí sobre los Beatles y en especial sobre Magical Mystery Tour, el sexto grande de sus LPs.


Talleres de escritura creativa

Los talleres de escritura son una experiencia de estímulo y trabajo en relación con la escritura. Son reuniones semanales, en grupos de entre 5 y 10 personas. La base de trabajo son los textos que cada uno trae desde su casa y que se leen durante la reunión. Yo propongo consignas y lecturas para ayudar a producirlos, y la idea es ayudar a encontrar tema, tono y género a través de los comentarios grupales.
Parte de la gracia es la disposición para leer y escuchar a los otros. El taller incentiva a generar un hábito de escritura diaria o casi diaria. El mejor terreno de entrenamiento al principio es el que uno conoce: los temas que domina, incluyendo en especial lo autobiográfico.

Hay distintos horarios y sedes en todos los meses del año.

Para informes e inscripción, escribir a santiagollach.taller@gmail.com.

Santiago Llach


20 de diciembre de 2016

El disco con el que nos hicimos adultos

Pasaron veinticinco años desde la publicación de Achtung Baby, el disco con que U2 se reinventó y dio por inaugurados los años noventa.
Es apenas un minuto, hasta que hace su entrada la voz magnetofónica de Bono. Empieza con la guitarra de The Edge convertida en un xilofón, un reloj con un tic molesto. Sigue con una ligadura distorsionada, como de parlante roto, y poco después con una explosión percusiva. Es el comienzo de “Zoo Station”, la primera canción de Achtung Baby; un comienzo raro, como si algo anduviera mal, como si el disco hubiera sido mal grabado. U2, la megabanda de los ochenta, rompía todo lo que había sido: la agrupación heroica de las juventudes católicas, la que conjuraba la sangre manada por el Ejército Republicano Irlandés tiñendo el cielo de naranja y la que había recorrido el museo del rock americano en el subestimado Rattle & Hum. U2 se traicionaba a sí misma, y con ese minuto de sonidos agresivos, oscuros, industriales, dejaba inaugurada una época nueva.
Era 1991. El Muro de Berlín se había caído sopresiva y pacíficamente en el 89, y con él nuestra forma de ver el mundo: la narrativa bipolar, la de los fantasmas rusos que vivían una doble vida detrás de esa frontera imaginaria y real llamada poéticamente la Cortina de Hierro; la de la narrativa del sueño hermoso y asfixiante de la sociedad de iguales. Aquel mismo 89, la hiperinflación había filmado escenas de hambre y descontrol en la Argentina. Habían empezado los noventa: la economía de los países de la libertad, acelerada por las promesas de algo que entonces se llamaba autopista informática, crecería como pocas veces en la historia, pero la nueva globalización dejaría sus víctimas. Era una nueva era política y social, y los que habíamos nacido en los años setenta empezábamos a llegar a la adultez (o seríamos los primeros en extender nuestra adolescencia hasta límites bochornosos). La música del futuro estaba siendo escrita en los compact discs, esa esfera plateada que parecía narrar lo que vendría. Empezaba la época del multiculturalismo y los medios de comunicación alternativos, la del grunge, las raves y el hip hop, la de la televisión por cable y la world wide web.
El 18 de noviembre de 1991, hace hoy veinticinco años, cuando faltaba poco más de un mes para la disolución final de la Unión Soviética, U2 lanzaba al mercado el esperado Achtung Baby. Aquellos para quienes U2 había sido una ayuda transicional adecuada desde la infancia a la adolescencia, un espíritu musical en el que entraban a la vez los ideales y la sexualidad, las buenas intenciones y la rebeldía, tuvimos que pasar varias veces el compact para absorber toda la información sónica que Bono y los suyos habían resuelto pasar.
La tapa caleidoscópica del disco, de por sí, anunciaba la multiplicidad y el desconcierto: eran muchas posibles tapas. Si Rattle & Hum había inspeccionado con fascinación el sueño estadounidense, tres demorados años más tarde (tres años en los que pasó de todo), U2 se iba de paseo por la Berlín reunificada y convertía los edificios fabriles vacíos en una gran discoteca.
El álbum alternaba experimentación sonora al borde de lo agradabilidad pop con baladas poderosas de amor melancólico.
Las letras de Achtung... abandonaban la megalomanía, la sensibilidad socialoide y la inocencia a gran escala y se hundían en las complicaciones íntimas. “Supongo que es el precio del amor”, decía Bono en “Ultraviolet (Light My Way)”. “El amor es ceguera”, en “Love is Blindness”. “Somos uno, pero no lo mismo”, en “One”, que presumiblemente hablaba sobre la propia banda.
Esa era de esperanza y desolación había encontrado su banda de sonido. Como todo cambio de época, aquel estaba teñido con el tinte del apocalipsis. La chica que hablaba acerca del fin del mundo mientras todos bebían y reían es una sinécdoque de ese disco grande, hermoso e incierto.
“One” merece un párrafo parte. Como dijo alguien alguna vez, las grandes canciones del rock son pop. Todas las grandes baladas, diría yo también, son sobre la depresión, sobre la imposibilidad. En “One”, U2 les daba un respiro a las sonoridades extrañas y se tiraba a la pileta del desgarro. Es una canción que suena a “volver a hablar después del desastre”. Se la puede comparar con “With or Without You”, la otra gran canción lenta y melancólica de U2. Sólo cinco años las separan, pero parece que un abismo: el que separa la fe de la decepción. Ninguna de las dos encaja del todo en un formato llanamente romántico, y ese plus de incertidumbre entre lo cool y lo berreta es lo que hizo que las canciones de U2 sobrevivan.
Los músicos que nos fascinan en la adolescencia suelen ser unos diez años más grandes que nosotros, compañeros que van más adelante y nos guían en el aprendizaje de los sinsabores vitales. En Achtung Baby, cuando sus miembros empezaban con sus crisis matrimoniales (las que nosotros tendríamos quince años más tarde), U2 dio vuelta todo, y le puso música a nuestra llegada a la adultez.

Publicado en Brando, número de diciembre de 2016.

13 de noviembre de 2016

Talleres de escritura: diciembre, enero y 2017. Y Shakespeare.





Autobiografía musical: los Pixies

Manejo por Lugones un lunes feriado a las tres de la tarde después de jugar un partido de fútbol. Suena en el equipo del auto, vía celular y Spotify, Head Carrier, el disco nuevo de los Pixies, sexto de la carrera de la banda y segundo tras el hiato de 23 años (1991-2014) durante el cual no publicaron música nueva. 
El karma de la rebeldía persigue al rock desde que una agrupación revolucionaria llamada los Beatles hizo bailar de alegría a las corporaciones. Dice el escritor Simon Reynolds que la cultura pop es adicta a su propio pasado. El secreto reverencial con que custodiábamos el tesoro personal que contenían nuestros discos de vinilo hoy está a la vista digital del universo: la infinita disponibilidad nos convierte en arqueólogos de lo que quedó atrás. La sensibilidad retro no es furiosa ni subversiva, dice Reynolds: lo que reina es una ironía ecléctica. 
A cierta edad, es difícil que una banda nueva o un autor nuevo tengan para uno la fuerza conmocionante que tuvieron en la juventud. La lógica de las industrias culturales (ahora llamadas creativas) es cada vez más la de la alta rotación: una novedad tras otra es lanzada al mercado y, para captar la atención, desde un lado y otro del mostrador periodístico, se la adorna con promesas bombásticas de grandeza artística. La actualidad candente, las promesas y las narraciones de aprendizaje: todo eso pertenece a la lejana juventud. 
Escucho obsesivamente Head Carrier y el disco va entrando lentamente en mí. Me gusta. ¿Qué son los Pixies? El lugar común periodístico dice que fueron una de las bandas precursoras del indie, ese movimiento musical y existencial impreciso que explotó a principios de los 90 con Nirvana y demás monstruitos del grunge. ¿Pero qué es el indie? Eran un poco de todo: guitarras distorsionadas y actitud hacelo-vos-mismo, ya sin el enojo apocalíptico del punk. Letras irónicas sobre la vida contemporánea y la adolescencia ramonera pero con mayor apertura estilística. El indie era el expresionismo del punk desde el escepticismo suburbano del garaje. 
Escribí sobre Head Carrier de los Pixies para Brando, noviembre de 2016.

25 de octubre de 2016

La nostalgia de lo no vivido: los ochenta

"El pop sintetizado de Virus, coqueto, concreto, festivo y ambiguo; Soda, power trío surgido imitando a The Police que fue asimilando influencias y sumando una lírica extraña; Sumo, pospunk fronterizo, irónico hasta el límite: sus melodías siguen atravesando las eras, registro sónico de un momento político de transición. Otras bandas, quizás más llanas, se quedaron allá: Rockas Vivas de Zas ("Tirá para arriba") fue el disco más vendido del rock nacional hasta que en los 90 llegó El amor después del amor: no superó la indiferencia del tiempo. Los Twist encendían las fiestas, Los Abuelos de la Nada cantaban la melancolía vagabunda y las Viudas e Hijas del Rock and Roll animaban la ironía. Raúl Porchetto sonaba hasta morir. Los Encargados oscurecían desde la vanguardia. Los Redondos, que serían gigantes, asomaban en silencio. Juntos, quizás inadvertidos para el canon de entonces, todos ellos nos dieron a los que nos hacíamos adultos, a los nacidos en los 60 y 70, la banda de sonido local y genial de una época de esperanza y desazón."

Nota sobre llegar tarde y memoria errada, en Brando de octubre de 2016.

1 de septiembre de 2016

A veinte años de El Salmón de Fabián Casas

Los buenos libros de poesía se parece más a discos que a novelas: uno puede leerlos veinte veces y encuentra cosas nuevas. Es lo que a mí me pasa con El salmón. Unos años después de leerlo, conocí a su autor, y todavía unos años después nos hicimos amigos. Ayer le escribí a Fabián para contarle que se cumplían dos décadas de la publicación y para pedirle que me mandara unos audios de whatsapp leyendo sus poemas. Me dijo que estaba un poco enquilombado. Me habría gustado decirle que, aunque quizás no sea consuelo de nada, escribió unos versos hermosos, que veinte años, dos hijos y dos separaciones después, ya transformado en un hombre que carga sobre todo un pasado, me siguen conmoviendo.

Escribí una nota en La Agenda.


24 de agosto de 2016

La chispa de la conexión: sobre Leonard Cohen

Un coro de voces contradictorias canta en mi cabeza, la de las ancianas figuras, mis predecesores. Pocas cosas me conmueven más que los hombres que se paran con una guitarrita a cantar canciones de amor herido, a seguir un rato con la música, ese entretenimiento supremo, como una manera de afirmar la vida y de vislumbrar si la homofonía de dos versos, la rima, no raspa la chispa de la Conexión y el Sentido. "Ser un songwriter es ser una monja: estás casado con el misterio", le dijo Cohen a un periodista de la Rolling Stone en 2014. Nieto de un escritor talmúdico, se inscribe en la raza ancestral de los que buscan en las letritas la cifra perfecta, la cura divina: y lo hace condimentado y contaminado por ese grito de vida y de muerte que fue el rock. Esa mezcla, para mí, lo transporta a la eternidad.

Escribí sobre Leonard Cohen, en Brando, agosto de 2016.


24 de julio de 2016

5 de mayo de 2016

Talleres: de escritura, y de lectura del Quijote y de literatura argentina

Me gusta leer y escribir y me gusta compartir algunas herramientas relacionadas con esos hábitos. En mis talleres, los años me llevan cada vez más hacia lo simple: incentivo el trabajo y la lectura atenta, y animo a ir incorporando recursos que permitan convertir la experiencia maravillosa y misteriosa de la vida en textos que lleguen, de un modo u otro, a los otros. En mayo arranco un nuevo grupo de escritura quincenal, los jueves a las 10:15, y hay lugar en otros grupos para alumnos que ya tengan alguna experiencia previa. En junio habrá dos talleres de lectura: uno de literatura argentina contemporánea y otro para leer Don Quijote.




Taller de escritura creativa: grupo nuevo, jueves a las 10:15 en Palermo (quincenal)


Gente con talleres ya hechos o avanzados: consultar por el resto de los horarios


Taller de lectura: Don Quijote de la Mancha


Cuatro encuentros, viernes a las 19 en zona Tribunales. Fechas: 17 de junio, 8 de julio, 29 de julio, 26 de agosto.


Taller de lectura de literatura argentina contemporánea:


Cuatro encuentros a lo largo de cuatro meses:


Encuentro 1: Ricardo Piglia, Prisión perpetua / Rodolfo Fogwill, La introducción
Encuentro 2: Pola Oloixarac, Las constelaciones oscuras / Samanta Schweblin, Distancia de rescate
Encuentro 3: Pedro Mairal, La uruguaya  / Damián Ríos, Entrerrianos
Encuentro 4: Antología de narradores jóvenes


Grupo 1: viernes a las 19 en zona Tribunales. Fechas: 1 de julio, 15 de julio, 12 de agosto, 16 de septiembre.
Grupo 2: viernes a las 19 en zona Tribunales. Fechas: 24 de junio, 22 de julio, 19 de agosto, 23 de septiembre.
Grupo 3: jueves a las 10:15 en Palermo. Fechas: 23 de junio, 21 de julio, 18 de agosto, 22 de septiembre.

23 de febrero de 2016

Talleres de escritura y de lectura: programación anual

Ya abrí la inscripción para los talleres de escritura anuales que empiezan en abril. 

Va abajo además la información sobre los talleres de lectura: en abril y mayo leeremos literatura autobiográfica contemporánea por un lado, y por el otro Moby Dick.

Informes e inscripción: santiago.llach@gmail.com.

Talleres de escritura creativa
/Los talleres de escritura creativa son una experiencia de estímulo y trabajo en relación con la escritura. Son reuniones semanales, en grupos de entre cuatro y ocho personas. La base de trabajo son los textos que cada uno trae desde su casa y que se leen durante la reunión. Yo propongo consignas y lecturas para ayudar a producirlos, y la idea es ayudar a encontrar tema, tono y género a través de los comentarios grupales. Organizo los grupos teniendo en cuenta los perfiles de los asistentes y las posibilidades horarias. En grupos con cierto grado de avance, los alumnos trabajan sobre un proyecto más concreto.
Semanales:
Lunes de 19 a 22 / Martes de 15:30 a 17:30 / Martes de 19 a 22 / Miércoles de 10 a 12:30 / Miércoles de 18:30 a 21 / Jueves de 10 a 12:30 (Palermo) / Jueves de 15 a 17 / Jueves de 18:30 a 21 / Viernes de 10 a 12:30 (Palermo) / Viernes de 15 a 17
Quincenales:
Sábados de 10 a 12: Grupo 1: Tribunales. Grupo 2: Acassuso.

Salvo los indicados, el resto es en Talcahuano y Corrientes.

/Talleres de lectura
/Los talleres de lectura son encuentros quincenales o mensuales de conversación en torno a una obra.

Fechas, libros y horarios:
Contemporáneos: La muerte del padre de Karl Ove Knausgård y La amiga estupenda de Elena Ferrante.
Grupo 1: Viernes 15 de abril y viernes 13 de mayo a las 19.
Grupo 2: Viernes 29 de abril y viernes 27 de mayo a las 19.

Clásicos: Moby Dick, de Herman Melville. Viernes 8 y 22 de abril, 6 y 20 de mayo y 3 de junio a las 19.

1 de febrero de 2016

Tres talleres a mitad de febrero

El jueves 11, arranca un nuevo grupo de taller de escritura creativa: será en Palermo de 10 a 12:30.


También a mediados de febrero, dos talleres de lectura, que son encuentros quincenales de conversación en torno a una obra.


Contemporáneos: Viernes 19 de febrero, 4 y 18 de marzo y 1 de abril a las 19. Obras: La guerra no tiene rostro de mujer, de Svetlana Aleksievich; El cielo de los animales, de David James Poissant; Las olas, de Virginia Woolf; y Nada se opone a la noche, de Delphine De Vigan.


Clásicos: La odisea, de Homero. Viernes 12 y 26 de febrero, y 11 de marzo a las 19.

Informes e inscripción: santiago.llach@gmail.com

13 de enero de 2016

Talleres de escritura creativa y de lectura: febrero y marzo

En febrero y marzo arrancan los talleres bimensuales, y de abril a noviembre los anuales. A todos los horarios habituales, agrego jueves de 10 a 12:30 (en Palermo) y de 15 a 17, más quincenales los sábados (ver abajo el detalle). De lectura: arrancamos con La Odisea un año de clásicos, y por otro lado en el de contemporáneos leeremos a la Nobel flamante Svetlana Aleksievich, a Virginia Woolf, Delphine De Vigan y David James Poissant.
/Los talleres de escritura creativa son una experiencia de estímulo y trabajo en relación con la escritura. Son reuniones semanales, en grupos de entre seis y ocho personas. La base de trabajo son los textos que cada uno trae desde su casa y que se leen durante la reunión. Yo propongo consignas y lecturas para ayudar a producirlos, y la idea es ayudar a encontrar tema, tono y género a través de los comentarios grupales. Organizo los grupos por un mix de perfiles y posibilidades horarias. En grupos con cierto grado de avance, los alumnos trabajan sobre un proyecto más concreto.
Fechas y horarios:
Lunes de 19 a 22 / Martes de 19 a 22 / Miércoles de 10 a 12:30 / Miércoles de 19 a 22 / Jueves de 10 a 12:30 (Palermo) / Jueves de 15 a 17 / Jueves de 19 a 22 / Viernes de 10 a 12:30 (Palermo) / Sábados de 10 a 12 (quincenal, avanzado) / Sábados de 18 a 20:30 (Zona Norte, semanal)



/Los talleres de lectura son encuentros quincenales de conversación en torno a una obra.


Fechas y horarios:
Contemporáneos: Viernes 19 de febrero, 4 y 18 de marzo y 1 de abril a las 19. Obras: La guerra no tiene rostro de mujer, de Svetlana Aleksievich; El cielo de los animales, de David James Poissant; Las olas, de Virginia Woolf; y Nada se opone a la noche, de Delphine De Vigan.


Clásicos: La odisea, de Homero. Viernes 12 y 26 de febrero, y 11 de marzo a las 19.

Informes e inscripción: santiago.llach@gmail.com

7 de enero de 2016

La música de mi padre

Trabajo parte del tiempo en mi casa. Después de los cuarenta, lenta y progresivamente, empezaron a aflorar realidades antes ignoradas: problemas de visión, dolores en la espalda y cierta intolerancia auditiva. Una amiga me contó que esto último tiene un nombre: misofonía; la Wikipedia en inglés dice al respecto: “Literalmente, ‘odio al sonido’. Es un trastorno de diagnóstico poco habitual, de origen aparentemente neurológico, que hace que ciertos sonidos específicos disparen emociones negativas (ira, odio, repugnancia, reacción de huida).”
Mis hijos adolescentes empiezan a intercambiar sus horarios con los míos, y aparecen o desaparecen a distintas horas del día y de la noche; con ellos, vienen los sonidos que toda persona, inevitablemente, produce: estornudos, cadenas de inodoros al sonar, subida o bajada de escaleras, televisión, licuadora, música… Mi hijo León tiene quince años; toca la guitarra desde los ocho y hace un año y pico empezó a tocar el violín y a fanatizarse con la música clásica. Es un aficionado al silbido de melodías y un día, hace unas semanas, empezó a tararear una ópera con voz de tenor. La música tiene esa magia: automáticamente, me transporté a fines de los años setenta. La misma voz --una voz genéticamente muy parecida: la de mi padre-- tarareaba arias los fines de semana, mientras se afeitaba o se bañaba. La ópera era la música de mi padre. Yo la recibí por ósmosis; esa parte de la cultura occidental quedó en mí apenas como una pátina. Pero aterrizó en el corazón, el oído y las cuerdas vocales de León, el violinista.
Este año, mi padre sacó dos cazuelas para la temporada del Colón, y abuelo y nieto fueron juntos a ver todas las óperas que se presentaron en el año. Un viernes caluroso de diciembre encararon la última de la serie: Parsifal, “ese intento de asesinato de la ética”, según Nietzsche. La historia de esta búsqueda del Santo Grial es verdaderamente wagneriana: dura más de cinco horas. León se fue a las ocho de la noche (vivimos a tres cuadras del Colón) y lo oí volver entre sueños, a las tres de la mañana, después de cumplir con el ritual de cenar en Edelweiss con su abuelo. Mi amigo el escritor Pedro Mairal dice que hay dos tipos de familias: las teatrales y las telépatas. “La familia teatral es la más expresiva; todo sale para afuera y la gente se grita las cosas en la cara. Son familias de estilo italiano, en las que los hermanos pueden tirarse las sillas por la cabeza y al rato estar abrazados riéndose. Los conflictos salen a la luz, se ventilan en la mesa, hay confrontaciones, se levanta la voz, todo sucede más rápido, porque la energía se libera, el conflicto se vuelve materia actuada para todos los presentes. La familia telepática, en cambio, es para adentro, más de drama psicológico, de angustia larga y silenciosa. En este tipo de familia no se pierde nunca la cordialidad básica, y toda emoción se terceriza.” Mi familia es claramente más del tipo telépata. Pero, intentando imaginar ese diálogo entre mi padre y mi hijo un viernes a la noche --ese pase de postas intergeneracional--, se me aparece mucho más fluido que si uno de los protagonistas hubiese sido yo. Libres de luchas freudianas, habrán hablado de política (con empatía a pesar de que simpatizaron distinto en el ballotage), de Rosario Central (fútbol y política: las novelas de aventuras de los hombres argentinos) y de las regularidades, los hitos que marcan el paso de los días: fin de año escolar, vacaciones, mudanza de mis padres. Y habrán hablado, por supuesto, del género musical al que aman. En el último acto de Parsifal, uno de los personajes, muy operísticamente, le pide a su padre muerto que lo libre de sus sufrimientos y dice que le gustaría morir e irse con él.
Esa noche, volví a leer este párrafo de Niveles de vida, el libro del inglés Julian Barnes sobre su viudez: “Durante la mayor parte de mi vida, la ópera había sido para mí una de las formas de arte más incomprensibles. Pero esa noche entendí que su función es llevar a los personajes lo más rápidamente hasta el punto en que pueden cantar sus emociones profundas. La ópera --igual que la muerte-- va al grano. Ahora, me atrapaba este arte en el cual la norma era la emoción violenta, abrumadora, histérica y destructiva; un arte que busca, mucho más obviamente que cualquier otra forma artística, romperte el corazón.” Mientras mis ojos se cerraban, pensé que la literatura, una vez más, me había ayudado a entender la vida: a mi padre, a mi hijo, al nexo que los une, esa música grandiosa que me es ajena, donde reina la emoción.

Publicado en la revista Brando, número de enero de 2016.

10 de diciembre de 2015

La música de la transición

El colectivo de larga distancia restaba bajo un árbol que apenas le daba sombra, medio inclinado, junto a la entrada del camping SAC de Colonia Suiza, Bariloche. Adentro había sesenta chicos de sexto y séptimo grados; y el chofer. Afuera, los docentes deliberaban, iban y venían. Estábamos ahí hacía dos horas, recién llegados de Buenos Aires; por algún motivo (recambio campístico, quizás) todavía no podíamos instalarnos. El Enano Galucci, desde el fondo, empezó a entonar “Para el pueblo lo que es del pueblo”, la canción compuesta por Piero nueve años antes, en otra primavera. La melodía prendió como fuego: pronto, los sesenta niños de colegio católico privado convertíamos aquella pieza del combate mental psicobolche en canto de nuestra resistencia infantil. Era el 9 de diciembre de 1983, el último día del Proceso de Reorganización Nacional, un gobierno al que ya muchos habían empezado a llamar dictadura. Esa palabra, épica y terrible, también se había colado en nuestros recreos con forma de música pegadiza: “se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar”, augurábamos los rebeldes, los alfonsinistas y los nerds.
Al día siguiente, desperté con la voz radiofónica de un hombre. Uno de los preceptores había puesto bien fuerte, en un grabador cerca de la cabaña semitechada donde funcionaba la cocina, la transmisión de la asunción presidencial. Hoy siento que las ondas de esa voz alfonsina, que recitaba el preámbulo de la Constitución mientras mis compañeros y yo acomodábamos la carpa, traspasaban el arroyo ahí a unos metros, y más atrás el Nahuel Huapi y las montañas, y llegaban hasta los cóndores. También me acuerdo, en la confusión de esos años (todas las épocas son confusas), de otras melodías superpuestas: las dietéticas y sintéticas del primer Soda Stereo, el trinar bailable de Michael Jackson —el niño maravilla que arrasaba con cualquiera diferencia—, la ópera, el tango y el folklore que escuchaba mi padre…
Me gusta ordenar esa banda ancha donde confluyen la historia pública y la privada, la vida, según dos criterios: mundiales de fútbol y períodos presidenciales. La política, ese griterío falso y necesario, ese motor de cambios y de hastío, nos lleva siempre hacia lo unívoco y nos da el falso consuelo de la impostura. Si pienso en la música que sonaba en cada transición gubernamental, en cambio, veo el mosaico de esa complejidad que somos.
Poco tiempo después de aquel “Para el pueblo…” en un ómnibus alquilado --el tiempo de nuestros años cruciales-- la primavera alfonsiniana se descomponía y llegaba Menem a presidir nuestra entrada ríspida a la adultez. Si tuviera que musicalizar esos días filípicos del austral cayendo en picada en julio del 89, lo haría con dos registros contradictorios del 88: el disco Patria y muerte de Don Cornelio, lírica oscura y brutal de un Rimbaud tanguero, y los hits bailables y galletas de Erasure, que en esa temporada eran la banda sensible de los días festivos.
Fuimos veinteañeros en la era del corral convertible: en la época de la felicidad frágil, en que todo está al alcance de la mano, importamos compact discs. Al tiempo finisecular de la oclusión de don Carlos y la esperanza blanca que encarnaron De la Rúa y Alvarez le pondría los sones de Manu Chao: nos latinizábamos y ya nunca más seríamos hippies. Se acababan las excursiones a Malasaña y nuestros amigos (nosotros mismos) empezaban a ser padres: por si acaso, lo hacíamos canturreándole a la Pachamama, un poco con reggae, un poco con punk.
Se acabó la afasia delarruista y sobrevino la transición peronista permanente: asambleas barriales proteicas, presidentes rápidos, dólar movedizo y un líder de emergencia (Duhalde) que sentó las bases del orden por venir. El Andrés Calamaro caótico y prolífico de esa época (el de “No tan Buenos Aires”, “Paloma” y “Con Abuelo” en Honestidad Brutal y “El salmón” y “Días distintos” en El salmón) cantó esa época para mí, hasta la llegada de los Kirchner: los años locos de nuestros sueños vencidos. Fue el trovador sociológico sin didáctica progre, el predictor sensitivo de las calles ensombrecidas por el tipo de cambio.
Asomaban las llamas de Cromagnón y las mejores melodías próximas vendrían del indie: Onda Vaga, Flopa o Él mató. Yo ya era grande y entraba en la edad en que ya no se escucha música nueva.

¿Qué banda de sonido le pondrán los viejos del futuro al final de los años kirchneristas y a esta nueva transición?


(Publicado en Brando, número de diciembre)

7 de diciembre de 2015

Talleres de escritura creativa y lectura: enero

Los talleres de escritura creativa son una experiencia de estímulo y trabajo en relación con la escritura. Son reuniones semanales, en grupos de entre 6 y 10 personas. La base de trabajo son los textos que cada uno trae desde su casa y que se leen durante la reunión. Yo propongo consignas y lecturas para ayudar a producirlos, y la idea es ayudar a encontrar tema, tono y género a través de los comentarios grupales.

Escritura
Ocho grupos:

Lunes de 19 a 22 (empieza el 4/1)
Martes de 19 a 22 (empieza el 5/1)
Miércoles de 10 a 12:30 (empieza el 6/1)
Miércoles de 19 a 22 (empieza el 6/1)
Jueves de 19 a 22 (empieza el 7/1)
Viernes de 10 a 12:30 (Palermo) (empieza el 8/1)
Sábados de 10 a 12 (empieza el 9/1)
Sábados de 18 a 20 (Florida, PBA) (empieza el 9/1)

Todos salvo los indicados son en la zona de Tribunales.

Lectura

Los talleres de lectura de enero consistirán en dos encuentros quincenales. Leeremos El Reino de Emmanuel Carrère y Las Némesis de Philiph Roth. Habrá dos grupos. Grupo 1: viernes 8 de enero y viernes 22 a las 19. Grupo 2: viernes 15 y viernes 29 a las 19.

A partir de febrero, habrá los mismos horarios para escritura. De lectura, seguirá uno de autores contemporáneos y habrá otro en el que leeremos, a lo largo del año, cuatro obras clásicas de ficción: la Odisea (febrero), Moby Dick (marzo-abril), el Ulises de Joyce (mayo-junio) y el Quijote (julio a septiembre). 
Informes e inscripción: santiago.llach@gmail.com

El chico de las canciones agónicas

(publicado en revista Brando, número de noviembre de 2015)



Una noche, en los 90, invité a salir a una chica y la pasé a buscar en auto por su casa. Tenía puesto en el equipo de música uno de los discos solistas de Luca Prodan que editaron post mortem. La chica me preguntó qué era esa música. Luca Prodan, le dije, el de Sumo. "¿Quién? No lo conozco", me dijo. Instantáneamente supe que la cita no iba a funcionar. Y así fue. 
Supongo que hay una relación entre la intensidad con que uno idolatra a algunos artistas en la adolescencia y la inseguridad con la que encara la vida en esa etapa. Y la intensidad de la idolatría depende un poco de cuán obsesivo sea uno. Hay gente que escasamente se comporta como fanática, que nunca agarró la obra de un artista y la consumió toda entera. No era mi caso; yo me aferraba a mis ídolos, como a pilotes que sostenían mi desarreglo hormonal.La galería de esas figuras que presidieron mi imaginación adolescente sigue sobrevolando mi cabeza, como un compendio de murciélagos endebles que orientan mi modo de percibir las cosas. 
Crecí, y mi manera de pensar cambió bastante. A los 43, y con un pasado rebelde, soy algo muy parecido a un señor conservador. Mi evaluación del rock nacional, lo confieso, es bastante negativa. Supongo que eso significa que en alguna medida no terminé de crecer: seguir aferrado -aun de manera no positiva- a cosas que hicieron personas hace treinta años es un poco quedarse anclado en aquel momento, el de la juventud dorada; es resistirse a crecer. 
Si con los viejos ídolos del rock que siguen vivos (el Indio Solari) por momentos siento algo parecido al enojo, con Luca Prodan lo que me aflora más bien es una ternura compasiva. Yo tenía 15 años cuando murió: fui carne de cañón de su prédica nihilista. Hoy no puedo dejar de verlo como a un chico desgraciado, un joven con problemas mentales que no pudo encontrar su lugar en este mundo, que nunca lo soportó y murió trágicamente a los 34 años. Los seis últimos años de su vida, sin embargo, le alcanzaron para caer a este rincón perdido del mundo y transformarse en héroe, mártir y mito. Luca es el prototipo del artista romántico: su potencia es mortuoria. A los que decidimos transitar caminos menos extremos, ¿nos ilumina en algo esa inconsciencia trágica? 
En un punto pienso que no. Pero: busco en YouTube After Chabon, el último disco de Sumo, y lo escucho entero. (No deja de sorprenderme esa instantánea disponibilidad de la producción cultural universal que caracteriza a esta época; el exceso digital conspira, de alguna manera, contra los mitos: democratiza e iguala. Pero eso, me digo, es también un pensamiento romántico: es una sensación que ya otros expresaron ante los avances tecnológicos). Luca, o la mitología precaria que se tejió en torno a él, me resulta infantil, desahuciado. Pero escucho sus canciones y las emociones que producen en mí siguen intactas. En parte, claro, porque la música tiene esa magia. Es como la famosa magdalena del personaje de Proust, cuyo sabor le traía de repente una inundación de infancia. La música, arte sensorial, me lleva de un golpe a otra época, a los años que mi melancolía cree mejores o que, irremisiblemente, ya pasaron. 
La obra del prototipo del artista romántico nos transporta a esos años a los que nuestra melancolía recuerda como los mejores.

(Como siempre que escribo esta columna, mientras lo hago siento que hay un exceso de primera persona. ¿Lo que importa acá es Luca Prodan o lo que me pasa a mí con Luca Prodan? No tengo pretensiones de importancia; pero lo que intento hacer es registrar lo que le pasa a alguien con la música, un x como yo. 
Luca Prodan fue una polilla incendiada que giró en torno de ese oxímoron llamado rock argentino mientras este se organizaba como industria. En el reciente Juventud divino tesoro, su biógrafo Oscar Jalil dice que hacía un "rock brutal y distinguido, arrogante y cercano". Italiano-escocés con residencia sentimental en la Londres punk del 77, Luca cargaba también los equívocos prolíficos de la relación histórica entre Argentina e Inglaterra: las invasiones, los ferrocarriles, los frigoríficos y la Baring Brothers. En la era post Malvinas, este país contradictorio convirtió a un exiliado proto-inglés en su máximo héroe alternativo. En un campo cordobés (en Nono, una localidad con toques de colonia inglesa) y en un suburbio también con fintas aristocráticas anglo (Hurlingham), Luca coció su Jekyll y Hyde: el reggae y el punk como dos maneras agónicas de narrar lo que veía y sentía. Así, sostenido por una banda sólida en su desparpajo (Sumo fue una escuela de la industria cultural), Luca cuajó en su último disco, meses antes de morir de inanición emocional, una profecía tierna ("No tan distintos (1989)"), un divertimento melódico con algo de arqueología rockera ("Hola Frank"), una canción alegre para los chicos que íbamos a misa ("Noche de paz") y un hermoso poema en ralentti a la amistad entre el hombre y la mujer ("Percussion Baby"). Versátil, exagerado, tonto y mortal, Luca fue al fin sólo un chico que hizo canciones. Más no se le puede pedir a nadie